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¿Abortar o darla en adopción? Era mi dilema.


Para muchas mujeres esta es la primera pregunta que se pasa por su cabeza al enfrentarse ante la noticia de un embarazo inesperado. Las emociones nublan muchas veces el juicio y se consideran acciones desesperadas. Este caso le sucedió a Elizabeth, una madre de una niña desplazada por la violencia del país.

 

Un mes después de que diera a luz, Elizabeth se prepara para dejar el hogar materno en el que pasó los últimos dos meses. Con nostalgia se despide de su bebé y de los funcionarios que la ayudaron a decidir si tenerlo o no. Como Elizabeth, muchas mujeres llegan a centros de ayuda con la angustia e incertidumbre de tomar una decisión.

Su historia nos demuestra cómo la guerra no sólo ha afectado a los vivos, sino a los que aún no están por nacer. Dos meses antes de que se diera cuenta de que estaba embarazada, varios hombres armados llegaron a una finca en zona rural de la Costa Caribe y se llevaron a tres labriegos que, hasta hoy, permanecen desaparecidos. Uno de esos campesinos era Rodolfo, el padre de sus hijas.

Sin otro remedio y con gran dolor por haber perdido su pareja de forma tan violenta, se mudó a la capital con su hija de dos años. Tomó un trabajo de sueldo mínimo y empezó estudiar una carrera en las noches con el fin de asegurar un mejor futuro. Justo cuando la viva estaba volviendo a retomar su normalidad recibió la noticia que otras mujeres aceptan como la mejor de su vida: tenía cuatro meses de embarazo. Sin embargo, Elizabeth no quería tener la bebe.

Elizabeth tenía claro que no quería traer al mundo otra niña sin poderle dar una vida justa y llena de oportunidades. Estaba sola y no contaba con el apoyo de su familia; de hecho, su madre le dijo que no la apoyaría con otra hija y menos una sin padre. En medio del debate en el que se encontraba sabia el aborto ilegal le representaba un grave riesgo para su vida a esas alturas de su gestación y no podía dejar huérfana a su hija de dos años. Pero otra vida en su hogar incompleto significaba dejar los estudios y duplicar los gastos.

Más allá de dejarse agobiar por una responsabilidad que se supone natural, social o cultural, hizo uso de su libre albedrío y sólo le importó lo que pensara ella misma sobre sí misma. Decidió no conservarla pero tampoco quitarle la vida:

“Yo pensaba que la opción era tener a la bebé y entregársela a alguien en la calle. Allá no conocía ninguna fundación. Hasta que una amiga en Bogotá me habló de ‘Oriéntame’ y me vine para acá” Dice Elizabeth a punto de salir del hogar materno, ya sin rastros de un embarazo reciente.

En esa organización especializada en embarazo no planeado, le dijeron que se fuera al Centro para el Reintegro y Atención del Niño una institución social sin ánimo de lucro que cuenta con el programa de hogar materno. CRAN atiende mujeres o parejas en conflicto con su embarazo y las acompañan en la toma de una decisión responsable. Allí llegó Elizabeth a los siete meses de gestación. La alojaron; la acompañaron psicosocialmente para que ratificara su decisión; le explicaron todo el proceso de adopción y le anunciaron que tenía derecho, una vez naciera su bebé, a lactarla y a visitarla.

“Cuando la tuve, se me olvidó todo. Cuando me mostraron a mi niña y la pusieron en mis brazos, fue el momento más feliz de mi vida. Mis sentimientos empezaron a jugarme malas pasadas y pensé en no darla en adopción. Pero después, por ella misma y por mi otra hija decidí seguir. “Con estas palabras Elizabeth concluye su testimonio.

Testimonio tomado por Tomás Betín del Río para el Diario El Heraldo. Edición y corrección de estilo para propósitos del Portal “Una decisión de vida” por Daniela Parga.

#Testimonio

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